Al llegar al cierre de otro atípico semestre en la prestación del servicio educativo por cuenta de la pandemia, que según la ONU (2020) ha impactado al 99% de los estudiantes en el mundo, las instituciones de educación deben preguntarse ¿qué se aprendió y qué se ganó en este tiempo?
Este nuevo escenario podría llevar a la comunidad académica a darse un respiro y pretender volver al esquema tradicional que ha desarrollado de tiempo atrás, no obstante, el mundo es diferente y las instituciones de educación superior lograron por la fuerza de las condiciones, varias victorias que deben capitalizarse para robustecer el aprendizaje y el sentido formativo.
De acuerdo con Lemoine & Richardson (2020), varias de las buenas prácticas desarrolladas durante la pandemia se lograron al tiempo que se operaba, lo cual demuestra que las instituciones de educación superior son capaces de hacer ajustes inmediatos para mejorar sus práctica y cumplir con su objeto misional.
Algunas de esas buenas prácticas han sido el uso de herramientas tecnológicas por estudiantes y docentes con fines formativos, el aumento de la comunicación y empatía entre el docente y sus estudiantes, el interés del docente por el ambiente de aprendizaje y el estado de ánimo del estudiante, el grabar las clases y encuentros para que el estudiante pueda repasar y el ausente no se pierda ningún detalle, el desarrollo de la creatividad en la instrucción, el uso de simuladores y artefactos para motivar la atención y aprendizaje de los estudiantes, la flexibilidad en la evaluación gracias a la exploración de nuevos métodos para fomentar el aprendizaje, el fomento del aprendizaje en variados escenarios diferentes a las clases y aulas físicas, la formación en adaptabilidad y flexibilidad en circunstancias ambiguas, , la generación de consciencia al estudiante de ser responsable de su proceso de aprendizaje constante y continuo a lo largo de su vida, el fomento de la empatía y la solidaridad con las realidades ajenas.
El reto que tienen las instituciones de educación superior es descifrar la manera en que dichas victorias se transforman en prácticas continuas que logran incluso, fortalecer el modelo pedagógico y las orientaciones académicas plasmadas en los proyectos educativos institucionales. Más aún cuando los estudiantes tienen altas expectativas de retornar a sus claustros, las cuales sin duda, incluyen la experiencia presencial de su proceso formativo.
De tal forma, las instituciones deben aprovechar los espacios de bienestar como complemento a dicha formación, en los cuales desde la lúdica se puedan dar expresiones artísticas, culturales, de entretenimiento y convivencia que permitan a los estudiantes volver a interactuar con sus pares, todo ello como expresión de un currículo extendido.
Por ello, la comunidad académica está llamada a analizar qué clases pueden mantenerse en la modalidad remota y cuáles demandan la presencialidad. Estas últimas particularmente, requerirán didácticas dinámicas y enriquecidas con aproximaciones que sean interesantes para los estudiantes, en las que el esquema magistral no tenga cabida y la participación de los estudiantes sea constante.
Luego es adecuado continuar con el uso de herramientas tecnológicas incluso en los espacios presenciales, lo cual además de generar experiencias formativas valiosas, permitirá continuar avanzado en la formación de aquellos estudiantes que por algún motivo no puedan retornar a las aulas.
El propósito por supuesto, es lograr el aprendizaje de los estudiantes y la transformación positiva de sus vidas, mientras que el cómo hacerlo significativo, es el desafío al que se enfrenta cada día la educación superior, en medio de la incertidumbre que producen los cambios constantes, del desempleo y el deterioro de la salud por cuenta de la Covid-19. Un primer paso contundente, es que el docente fortalezca aún más la formación en competencias blandas, cimentando el desarrollo de mejores seres humanos.
La educación superior ganó experiencia, ganó el acercarse a los estudiantes y conocer sus entornos y necesidades, ganó el uso pedagógico de la tecnología y sobre todo, ganó el reconocer la oportunidad única de reinventarse y construir alternativas formativas que sean incluyentes y apoyen el desarrollo humano desde los espacios formativos y la estructura académica y administrativa de las instituciones de educación.
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