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Con las botas puestas en la laguna La Virginia

Publicado, 24-04-2017

Karina Gutiérrez y Alejandra Farias son licenciadas en Biología y trabajan en colegios del Distrito, enseñándole a las futuras generaciones por qué se debe cuidar el Páramo de Sumapaz para evitar la pronta desaparición de lagunas como La Virginia.

Con las botas puestas en la laguna La Virginia

Su proyecto es un aporte a las investigaciones Biovaloración limnológica del complejo lagunar Chisacá-La Virginia y Servicios ecosistémicos de soporte (biodiversidad y hábitat) de la laguna La Virginia, lideradas por la profesora Magnolia Longo, quien a su vez es la asesora del trabajo de grado.

A partir de estas investigaciones realizadas desde la Maestría en Ciencias Ambientales, se ha observado que el nivel de agua de la laguna ha disminuido a causa de la poca lluvia y del turismo sin control. Esto ha provocado una sedimentación, es decir, el proceso en el que los residuos de rocas desgastadas y descompuestas se acumulan en el fondo de este cuerpo de agua, lo cual afecta la biodiversidad, pues hay desplazamiento y pérdida de especies, así como del número de individuos.

Estos cambios en el páramo, de origen natural y a causa de las actividades humanas, proyectan que al final de este año la laguna La Virginia esté seca.

“En una de las visitas que realizamos al lugar de estudio pudimos prácticamente caminar por la laguna”, afirma Karina. Es una situación alarmante, no solo en términos de la conservación de los ecosistemas, sino también para el abastecimiento de agua en Bogotá, pues el Páramo de Sumapaz nutre al Río Tunjuelo, una de las cuencas que aporta al acueducto del sur de la ciudad.

Durante dos años, las investigadoras se propusieron identificar la energía que toman del ecosistema algunas especies de macroinvertebrados, es decir, todos los alimentos que consumen y que convierten en energía.

Al hablar de macroinvertebrados nos referimos a animales que habitan en el agua, como insectos, moluscos y anélidos. En este caso, se estudiaron los géneros Hyalella (un crustáceo, parecido a un camarón, que mide 3 milímetros), Martiodrilus y Drilocrius (lombrices entre los 15 y 20 centímetros de longitud, aunque en la laguna se encontraron individuos de hasta 48 cm).

Karina y Alejandra buscaban determinar la importancia de estos animales en la descomposición de la materia orgánica en La Virginia, lo cual se traduce en la cantidad de energía que devuelven al ecosistema. Al alimentarse, toman energía y al morir, la devuelven.

La presencia de Drilocrius en la laguna fue uno de los hallazgos de las investigadoras, pues es una especie introducida desde China, de la que no se tiene reporte para el ecosistema de páramo.

Por otro lado, las investigadoras encontraron que las poblaciones de las dos lombrices estudiadas, Martiodrilus y Drilocrius, han aumentado, generando más energía en el sistema, pues se incrementa el aporte de materia orgánica. Los impactos de este incremento podrían verse reflejados en la abundancia de plantas acuáticas superficiales, como myriophyllum.

“El aumento de las plantas acuáticas en la superficie provocan que la luz solar no penetre a zonas más profundas de la laguna, haciendo que la disponibilidad de oxígeno, producto de la fotosíntesis, se vea afectada en esta zona”, explica Karina.
Así mismo, afirma la investigadora, “las poblaciones de organismos descomponedores, como las bacterias, aumentan y se alimentan de la materia orgánica proveniente de estas plantas, contribuyendo aún más a la disminución del oxígeno”.

Lo anterior significa un riesgo para los macroinvertebrados que viven en el ecosistema, pues se producen otros gases que limitan su supervivencia. Estos animales son los encargados de permitir la circulación y disponibilidad de los nutrientes del sistema.

Las maestrantes tadeístas buscan implementar estrategias pedagógicas con sus estudiantes para desacelerar los cambios de origen natural y antrópicos (aquellos provocados por el hombre) en el páramo, los cuales se ven reflejados en la pérdida de los cuerpos de agua. Muchos niños, por ejemplo, son hijos de campesinos que cultivan papa; estos pequeños representan la futura relación de la población con los páramos.

Por su parte, Edna Benítez, licenciada en química y estudiante de la maestría, también ha hecho una apuesta por la laguna, en el marco de los proyectos liderados por la profesora Magnolia Longo, mencionados anteriormente. Su trabajo, igualmente ganador del programa de estímulos Thomas Van Der Hammen y desarrollado bajo la asesoría de Longo, se enfoca en encontrar una ecuación matemática que ayude a determinar cómo cambia el peso seco (aquel que queda luego de extraer toda el agua posible) de algunos macroinvertebrados de la laguna, esto en función de su longitud. Es decir, ¿a mayor longitud, mayor peso seco?.

Esta ecuación incidiría de dos maneras: por un lado, ayudaría en el proceso de muestreo, pues no sería necesario capturar demasiados individuos para determinar su peso seco, bastaría con conocer la longitud, aplicar la ecuación y hacer el cálculo. Esto implicaría que no sería obligatorio extraerlos de su ecosistema para su estudio, sino tomar algunos con fines taxonómicos.

Por otro lado, al realizar la estimación de la biomasa (cantidad de materia expresada en peso), se puede establecer el aporte energético de los individuos de cada especie a la cadena trófica del ecosistema.

Con los datos recolectados, la investigadora busca establecer si existe una relación entre la abundancia y el tamaño corporal de algunas especies de macroinvertebrados. La idea es comprobar si dicha relación se ajusta a la Ley de Damuth, la cual explica que a mayor tamaño corporal, la abundancia de las poblaciones tiende a ser menor.

Pero, ¿qué representa para la laguna estos hallazgos? aunque esta investigación parece netamente académica, realmente ha transcendido a los estudiantes del Instituto Técnico Industrial Piloto, colegio en el que Edna dicta clase
“Con los chicos se han alcanzado logros en el desarrollo de competencias científicas, empleando la metodología de investigación escolar aplicada”, afirma la investigadora.

Así mismo, el estudio del Páramo de Sumapaz y del Rio que allí nace, el Tunjuelo, ha generado un impacto positivo en la población de esa Institución, trabajo que obtuvo un reconocimiento por parte de la Secretaría de Educación Distrital a finales de 2016.

“La idea es que esta investigación sirva de base para otros estudios que se puedan realizar en este mismo ecosistema. Y aportarle a la construcción de la ciudad”, explica.

Con la ecuación matemática que Edna pretende encontrar, no sería necesario capturar demasiados individuos para determinar su peso seco. El proyecto se viene desarrollando desde el segundo semestre del 2015 y quiere contribuir al conocimiento disciplinar “para que la ciudad se auto reconozca como región y tenga conocimiento de sí misma en lo ambiental”. También busca fortalecer la educación ambiental.

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